Son casi las diez. Tengo que poner la lavadora o se me hará
tarde. Hay que ver lo pronto que se llena cuando hay ropa de los dos. Mañana
estará seca, la doblaré y la dejaré apilada en cualquier sitio, como siempre. No
soporto el caos, aunque con el tuyo suelo hacer deliciosas excepciones. Hoy no
tengo mucha hambre, una preocupación menos. Así no cocino, tú siempre te pides
algo. No sé cómo consigues que la casa siempre huela a tu perfume. No es
grande, lo justo para dos. Pero aún así es un olor tan profundo que es como si
me abrazaras a cada instante. Alguien va a tener que bajar la basura. El cubo
es tan pequeño que te tengo que pedir que la bajes casi a diario. Y no has
recogido el chocolate en la nevera. Sabes que lo haré yo. Con una fingida mirada
de resignación. Con un cariño inmenso en los ojos. Como cuando me acabo las
miguitas de los cereales porque no te gustan. Está bien, nunca lo he hecho.
Pero la próxima vez lo hago, te lo prometo. Me encantan las miguitas. Pero para
eso tenemos que desayunar juntos. Lo peor es cuando voy al trabajo. Aún está
por llegar el día en que no te escriba a los diez minutos de salir de casa.
Mañana lo intentaré, pero no creo que lo consiga.
Solo que mañana nadie responderá al teléfono. Nadie bajará
la basura. Nadie se dejará el chocolate fuera de la nevera. Vendrás, y te
llevarás tu ropa doblada, y tu perfume, y tu delicioso caos.
Me pediste que volviera a escribir y lo he hecho. Pídeme lo que
quieras.