29 oct 2011

El folio en blanco

Cuarto ensayo para la asignatura de Claves del pensamiento actual, del profesor J. Nubiola.

Hoy, como viene siendo lamentablemente frecuente, me enfrento al temido folio en blanco. De amor, sexo y familia, me manda escribir Violante, “que en mi vida me he visto en tal aprieto”. Me vienen a la cabeza temas actuales, jugosos y un tanto viscerales. Violencia doméstica, estadísticas de divorcios, desapariciones de menores, sexo sin amor a cargo –en ocasiones– de nuestra ‘mujer pantera’. Sí, de seguro aquí hay filón.

Pero, ¿es posible? Quiero decir, ¿es posible que conceptos de belleza tal como el amor o la familia sugieran solamente temáticas tan desalentadoras? Por favor, seamos positivos. Love is a many-splendored thing, o eso dice la película. Y la familia siempre bien, gracias. Escribamos con y sobre la belleza, que para la desarmonía ya tenemos la realidad. Y no nos costará hacerlo, pongamos por ejemplo, sobre la familia si nos zambullimos de lleno en ella, si la contemplamos en su esencia, si la catamos sin mácula. No me refiero a su definición. El DRAE, en su característico estilo gélido y desapasionado, la reduce a un mero grupo de personas emparentadas entre sí. Nada más lejos. Me refiero a su sentido. A su función. A su fin. A la realidad asociada, que sobrepasa cualquier limitación léxica.

La familia. Qué palabrón. La familia es el hogar. Es el origen. Es la descripción más profunda de nuestros rasgos. Es la manifestación real del amor, el amor hecho personas. Personas que son una, personas que comparten desde lo más espiritual hasta lo puramente cotidiano. La familia perdona, la familia apoya, la familia quiere. La familia se quiere. Independientemente de su forma. La alegría de las familias numerosas, la intimidad y dedicación de aquellas con un solo hijo, ninguna es mejor que otra y todas son mejores que las demás.

En familia, las alegrías se comparten de una manera especial, mucho más profunda que en sociedad. Y es sabido que las alegrías compartidas son dobles. Los logros, ascensos laborales, buenas noticias, celebraciones importantes, todo aumenta como visto a través de una lupa en el círculo familiar. En el otro extremo, la familia supera las desgracias, como la pérdida de seres queridos, mediante el instrumento más fuerte: la compañía.

La familia es nuestro inicio, nuestra cuna. En ella nacemos y crecemos, nos educamos y forjamos nuestro carácter hasta que el pájaro abandona el nido. Y a ella, finalmente, volvemos si el pájaro se daña un ala, si no encuentra alimento o si ya no sabe hacia dónde volar, si la libertad se le ha hecho cuesta arriba. La puerta de la casa siempre está abierta al hijo pródigo, para el que se sacrifica el novillo cebado. Puede cambiar la ciudad, puede cambiar el mundo entero, pero si hay algo que permanece inalterable, si hay un refugio que siempre va a estar esperando, ese es la familia.

No se me escapa que no siempre es algo tan idílico. No ignoro que, en ocasiones, las familias se desmiembran, se atomizan y que las relaciones no son del todo cordiales. Sería ciego si no reconociera a mi alrededor familias que no se hablan, personas solas o sin descendencia, padres que reniegan de sus hijos. Pero ya avisaba al principio que hoy no iba a tratar de nada negativo. Me invade un espíritu optimista. En verdad, siempre soy optimista cuando pienso acerca de la familia. Quién sabe. Quizá sea que he tenido la mayor de las suertes en la lotería de la vida.

Burla burlando, ensuciado el folio en blanco.

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