2 oct 2011

Y estoy harto

Segundo ensayo para la asignatura de Claves del pensamiento actual, del profesor J. Nubiola.

Estamos siendo bombardeados. Un bombardeo cíclico. Siempre los mismos argumentos, siempre la misma cantinela. El día de la marmota, desde que el mundo es mundo. “Los jóvenes no respetan nada.” Que si la juventud no es lo que era. Que si antes todo esto era impensable. Que si nos lo dan todo hecho. Que si una guerra es lo que nos hace falta.

Y, en parte, he de reconocer que a día de hoy tienen unas bases sólidas donde sustentar su afirmación. Irrupción de la llamada ‘generación ni-ni’. Indignados que pierden el norte y la credibilidad. Estadísticas bochornosas relativas al alcohol o al sexo. Etcétera. Pero, evidentemente y como en todas partes, hay de todo. Y se olvidan de apuntes importantes. Como, por ejemplo, que somos la generación que más universitarios va a soltar al mundo. ¿Es esto malo, como dicen? No lo creo. Los genios seguirán siendo genios y los patanes no prosperarán, por mucho título universitario que tengan. Nadie saldrá perjudicado. En cambio, los beneficios residen en que habrá genialidad y papanatismo de toda condición, con posibles o sin ellos, de nacimiento o alcanzados con el esfuerzo. Y la formación universitaria siempre limpia, fija y da esplendor, aun mínimamente. Olvidémonos del endemoniado prestigio social.

Pero no acaban ahí los logros de nuestra generación. Somos más críticos, pero mucho más tolerantes, hablando de política. Tenemos menos prejuicios racistas. Y más miedo al futuro del medio ambiente. Somos más conscientes de la proyección internacional de las relaciones. Sabemos idiomas. Nos atrevemos a emprender. Y todo ello a pesar de que la herencia que nos dejan invita a todo lo contrario.

Por ello no puedo sino decir que ya está bien. Y que estoy harto. Hastiado, aburrido, ahíto. Estoy harto porque desmoraliza. Sí, desmoraliza centrar tus esfuerzos en llegar a ser alguien de bien, en intentar ser merecedor del orgullo de tus mayores, para que una rápida generalización lo eche todo por la borda. Desmoraliza porque nadie da consejos. Todos dicen que tenemos que mejorar, en cambio nadie nos dirá cómo. Y eso desorienta. Y despierta un miedo al fracaso difícil de afrontar.

Puede sonar a tópico, a película americana, a filosofía barata, pero la solución empieza por que crean en nosotros. Deben confiar en nosotros. Quizá ya no tratemos a nuestros padres de usted, ni la relación con nuestros abuelos sea la distante y reverencial de hace cincuenta años. Pero no por ello hemos dejado de tener respeto por lo que importa. Tenemos nuestros valores, sabemos distinguir entre lo que nos mejora y lo que nos envilece. Y, qué demonios, tenemos la inocente ilusión de cambiar el mundo.



Realmente, que nuestros padres y abuelos se lamenten de la juventud de hoy día no me importa tanto. No. Porque sé que es ley de vida. Que yo, con cuarenta años más, probablemente suelte con verdadero convencimiento todas aquellas frases que ahora tanto me irritan. Pero ahora toca rebelarse.

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