27 mar 2009

Mira, por ahí se acerca...

Lo que a esto sigue es algo que escribí hace hoy algo más de un año. Hoy lo he rescatado y me apetecía compartirlo. Está escrito justo después de que mi por entonces profesora de lengua (a la que nunca llegué a querer) tuviese a bien suspenderme, junto con un amplio sector de la clase, el examen de redacción del que, habitualmente, tan contento salía. En esta ocasión, la susodicha recomendó estudiar de manera más o menos profunda características de los principales personajes de la Celestina, porque habían de sernos útiles a la hora de redactar.

Llegado el día del examen, exigió un texto puramente descriptivo de uno de ellos (el matiz del adverbio lo utilizó a toro pasado) y, como era previsible, echamos mano de la teoría. Dejando colar inevitablemente rasgos expositivos. La combinación no agradó, ni mucho menos, a la profesora que, en cambio, reconoció mi esfuerzo con un muy digno cuatro. Al llegar a casa, redacté estas líneas que hice llegar a mis compañeros. (En su día no obvié su nombre pero hoy lo haré, debido a lo traicionero que puede volverse Google.)


Mira, por ahí se acerca. ¿Es ella? Sí, debe de serlo, sin duda. Su pelo moreno, del que ciertas canas han sabido escapar al temido tinte azabache, es inconfundible. Siempre lo lleva dispuesto en el mismo peinado anticuado, un peinado que la hace parecer varios años mayor de lo que en verdad es y que ayuda a esconder parte de su difícil semblante. En su cara, las arrugas recuerdan tiempos pasados, sin duda encerrando cada una de ellas un desengaño, una decepción. Tras sus lentes, unos ojos negros como el carbón intentan contener el odio que profesa contra quién sabe qué, un odio que empuja desde hace ya mucho tiempo.

Su cara termina en una redondeada barbilla, a juego con la nariz, de la que se separa por una peculiar boca asimétrica. Sus gruesos labios suelen ir cubiertos por un carmín de color totalmente desfasado, y al entreabrirlos deja al descubierto una dentadura completa pero imperfecta, en la que los dientes forman huecos tan abisales que enmudecen a quien los observa. Afortunadamente, son raras las ocasiones en que ríe, ya que cualquier sentimiento de alegría es eclipsado por una honda tristeza que la acompaña y la envenena.

Sus movimientos suelen ser lentos y sosegados, y al caminar parece arrastrar el peso de algo que la sobrepasa con ese paso sereno. Amante del silencio y la quietud, su mirada sentencia y proclama sin necesidad de acompañar palabras. Es tranquila en el habla, y en escasas ocasiones eleva la voz por encima de la multitud. Su desapacible timbre de voz y su tono cansado podría revelar mucho de su pasado y de lo que la llevó a esa infelicidad.

Nadie sabe qué acaeció para que perdiese la alegría. Muchos aseguran que no se trata de un fenómeno concreto, sino de la acumulación de experiencias adversas. “Soledad”, “insatisfacción” y “fracaso” son palabras que lleva grabadas a fuego en la frente, y puedo asegurar que jamás he visto yo persona que, aun no diciendo nada, emane tanto sufrimiento. S. G. lleva tras de sí la peor de las derrotas: no saber asumir sus propias equivocaciones.

¿No querías texto descriptivo, S.? ¡Toma texto descriptivo!

2 comentarios:

Vicky dijo...

Dani, todo el mundo sabe que es imperdonable confundir el texto expositivo con el descritivo, si la profesora es nuestra queridísima S.

De todas formas, genial, como siempre. Se nota que es tu musa jajaja

Marta González Coloma dijo...

Amén.

Qué crack, Dani, qué crack.